La conoció una tarde, en la estación del tren. De entre toda la multitud que esperaba, le habló a él. Sólo a él. Le preguntó qué hora era, cuándo pasaba el tren. Le comentó que era la primera vez que cogía esa línea y que estaba algo perdida, que iba a una entrevista de trabajo, un puesto de responsabilidad, pero que tenía opciones porque se había preparado a fondo. Había estudiado mucho. Lo primero de lo que él se percató fue de que era preciosa. Lo segundo, que no podía ver. Entonces aquella mujer le pareció maravillosa. Si él estuviese en su situación, pensó, seguramente estaría tan aterrado de todo que no saldría jamás de casa. Ella en cambio se enfrentaba a la vida con el orgullo de un guerrero. La admiraba.
Hablaron mucho y de muchas cosas: de los nervios de ella y de lo que haría si lo lograba. Él le dio ánimos, le dijo que seguro que lo conseguiría. No imaginaba a nadie mejor para el puesto. Sólo con aquella pequeña conversación, incluso él era capaz de ver lo mucho que ella sabía del tema. Se despidieron con una sonrisa.
Se encontraron el día después. Él la vio en la estación. Lloraba. Se le acercó y le preguntó que sucedía. No le habían dado ni una oportunidad cuando vieron que era ciega. Estaba desesperada. Había vuelto a la estación con la esperanza de que él estuviese allí. La abrazó, consumido por la rabia, y también él quiso llorar.
Laura García Parra
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada