Recuerdo el día en que las barreras sociales por cuestiones raciales se derrocaron y se anunció al mundo entero que un hombre de color había sido elegido por la población
americana como presidente de los Estados Unidos. A partir de ese día, en que los ciudadanos de América reforzaron la igualdad entre individuos, se me ocurrió conseguir otra meta hasta entonces inimaginable; si habíamos derrocado las murallas mentales que discriminaban a las personas por el color de su piel, ¿por qué no intentar incluir a las personas con discapacidades físicas dentro del sistema y con un poder
reconocible e igualitario?
Dispuesta a cumplir mi meta desde un puesto de innegable influencia en el gobierno de España, elegí a un increíble muchacho invidente de inteligencia y coraje envidiables.
Me involucré con una pasión ferviente para alcanzar mi objetivo, ayudé a ese muchacho, le ayudé en sus estudios, le abrí puertas que ni en sus sueños había imaginado atravesar, como una mecenas que ayuda a sus protegidos a convertirse en
artistas reconocidos.
Y lo logré. Al cabo de unos largos y difíciles años llenos de lucha y desesperación por conseguir conquistar la cima de su carrera, mi protegido, convertido ya en un político
admirable y de reputación, consiguió llegar a la cúspide del PSOE. En las elecciones consiguió mayoría absoluta, gracias a su carisma y encanto personal y ayudado por una campaña política con un toque sensiblero pero veraz que llegó a los corazones de la mayoría de los españoles. Y digo mayoría porque, como es obvio y predecible, había otras muchas personas que dudaban de la capacidad de mi amigo, personas ciegas por los prejuicios y enfermos por no creer en la igualdad.
En los pocos meses en que mi gran héroe invidente ejerció de presidente, realizó unas políticas sociales que superaban con creces a todas las políticas anteriores en la
historia de este país, por no hablar de su increíble manejo en materia económica. Pero, como todos los grandes líderes que marcan un cambio, aquellos que brillan por sus
maravillosos y prodigiosos actos y que nos dan la esperanza de que haya un mundo mejor, el gran Iván Puig fue asesinado en un atentado terrorista.
Una gran desgracia para España y para el mundo entero, no tan sólo porque haya muerto un hombre tan admirable, sino porque, una vez más en nuestra historia, los
seres humanos hemos demostrado que somos incapaces de ver más allá de una apariencia, un color o una deficiencia física. ¿Cuándo seremos capaces de crear un
entorno igualitario más allá del papel y las ideas utópicas de una sociedad que aparenta ser inclusiva cuando en realidad excluye a aquellos que no se ajustan a nuestros patrones convencionales?
No tengo la respuesta a estas preguntas que rondan en mi mente, pues lo único que siento es dolor y decepción. Por este motivo, anuncio mi acto final y definitivo en
memoria de Iván y en tono de llamada a que la humanidad recupere su sano juicio.
Anuncio que dentro de dos horas habré muerto, moriré por la igualdad.
Belit Sánchez Gallego
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