Cuando era pequeña me dijeron que nunca podría ver los colores. ¡Qué ignorantes fueron! El color amarillo es aquel que siento cuando, en un día de verano, me quema el sol en la cara. ¿Quién no ha sentido nunca algo así? Parece que ese color no pueda despegarse de mi cuerpo y la única manera de combatirlo es mediante otro color completamente distinto, el azul. El color azul es un vaso de agua refrescante, un baño en la playa y una brisa de aire que parece que vaya a levantarte del suelo. Un día azul es perfecto para combinarlo con un momento verde. El color verde es el tacto de la hierba entre mis dedos, es una sensación de tranquilidad que me encanta mezclar con el olor marrón. Sí, el color marrón lo percibo por el olfato, después de una noche de lluvia es inevitable notar el olor a tierra mojada, el olor de la vida. Pero, siendo sincera, el color que más me apasiona es el rojo. Me encanta rozar mis manos con las de otras personas, poder tocarles la cara e imaginarme sus rostros. Pero el rojo más intenso es poder escuchar un ‘te quiero’ de alguien importante y recordar la sensación del primer beso y de todos los que vengan en un futuro. El rojo es perfecto para mezclar con el resto de los colores, porque cualquier momento es importante para sentirse querida. ¿Y el color negro? El negro no es un vacío, simplemente es el tiempo, un lienzo que iré pintando de todo aquello que me queda por aprender.
Mercé Jiménez García (Viatge a Eivissa!)
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