Derecho de deshumanización
Para Maribel, una acera con cierta altura puede ser un
impedimento; pero lo supera con energías. Una regañina puede afectarle
emocionalmente, pero lo combate con una sonrisa que aplaca al más gruñón. Una
conversación compleja puede parecerle ininteligible, pero no se achanta, y se
anima a discutir con su verborrea maribeliana,
cuyo único argumento comprensible es que ella también merece atención.
-Aquí no
podéis entrar –susurra el regente del bar, contundente, mientras mira de reojo
a Maribel y a sus compañeros.
¿Le
insulto? ¿Le grito? ¿Le empujo? Me invade la impotencia, pero se impone el
sentido común y ofrezco la mejor cara que puedo gesticular en el peor momento:
-¡Que se
les han agotado las existencias! ¡Vamos a otro sitio!
Algunos
miran con ojos inquisitivos hacia el interior del local, desconfiados. Otros,
continúan charlando animadamente, siguiendo los pasos del grupo por inercia,
sin ningún interés por conocer el motivo por nuestra nueva puesta en marcha.
Maribel, ajena a todos los malos humos, corre hacia mí y me abraza. No es una
muestra de cariño cualquiera: me apretuja, como si quisiera regalarme parte de
la vitalidad que rebosa aun a su avanzada edad. Y lo consigue.
-¡Un
carrito de palomitas! ¿Quién quiere palomitas? –grito con entusiasmo.
Y todos
corren conmigo, con esa alegría tan genuina que les caracteriza. En mi memoria,
no obstante, siempre sobrevolará esa sombra de quien estigmatizó a un colectivo
como “retrasados”, sin darles ni una oportunidad para conocerles como personas.
La
intolerancia es, sin duda, el mayor obstáculo de Maribel.
Autora: Raquel Andrés
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